Hacia las
nueve, como si procediese del cielo, la voz de la Madre resonó en el
aire, transmitida directamente por teléfono a los altavoces situados
alrededor del anfiteatro.
"Salut
á tous les gens de bonne volonté. Sont conviés a Auroville tous
ceux qui ont soif de progrés et qui aspirent á une vie plus haute
et plus vraie." (Un saludo a todas las personas de buena
voluntad. Quedan invitados a Auroville todos aquellos que tengan sed
de progreso y que aspiren a una vida más alta y más verdadera.)
De repente
todo quedó impregnado por la presencia de la Madre. Era una
presencia tan tangible, tan fuerte y directa, que una oleada de
emoción se apoderó de todos los presentes. Yo había asistido a
numerosos Darshan. La Madre me había recibido centenares de veces,
pero una fuerza tan intensa, tan prodigiosa, no la había sentido
nunca, ni siquiera el día en que, postrado a sus pies, apoyaba yo mi
cabeza en sus rodillas. No cabía duda de que la Madre se encontraba
allí, penetrando con su consciencia a los seres humanos, a los
animales y a la tierra misma, que sentíamos receptiva.
Por todas
partes se veían ojos húmedos de llanto, incluidos los míos.
Tras estas
palabras vino la lectura de la carta de Auroville:
"Auroville
no pertenece a nadie en particular. Para vivir en Auroville se debe
ser el servidor voluntario de la Consciencia Divina.
Auroville
será el lugar de la educación sin fin, del progreso continuo y de
una juventud sin vejez.
Auroville
quiere ser el puente entre el pasado y el futuro. Aprovechando todos
los descubrimientos exteriores e interiores, quiere lanzarse con
valentía hacia realizaciones futuras.
Auroville
será el lugar de búsquedas materiales y espirituales para dar un
cuerpo viviente a una verdadera humanidad."
Estas
palabras fueron seguidas del más absoluto silencio; parecía que
todos los corazones se hallasen sumergidos en la grandeza de aquellas
palabras.
De pronto,
por una parte del anfiteatro, se vio llegar a una pareja de jóvenes
-hermano y hermana- Vijaya y Kiran, puros y hermosos como jóvenes
dioses, que llevaban el blanco estandarte con el símbolo de la Madre
y la tierra proveniente del Samadhi de Sri Aurobindo, la primera
tierra que se depositaría en la urna preparada para acoger la tierra
de todos los países del mundo.
El desfile
duró muchas horas, hasta que Nolini, el discípulo más antiguo y
venerado del Ashram -que antes de 1910 había estado en la prisión,
con Sri Aurobindo, en la cárcel de Alipore-, cerró y selló la
urna. De este modo finalizó la ceremonia.
Por la
tarde vi a la Madre; la encontré silenciosa y profundamente
interiorizada. Me acarició la cabeza, me dio flores y dijo: "Sabía
que lo harías."
Me
encuentro en el Ashram desde hace dieciséis años y aún ahora, a
quien me preguntase cuál ha sido el nivel más alto que mi
consciencia haya alcanzado, no vacilaría en responderle: "El
que alcancé el día de la fundación de Auroville."